Los vínculos nutricios
Un vínculo nutricio es un vínculo que nos alimenta emocional y espiritualmente.
Los vínculos nutricios nos fortalecen, son un lugar seguro a donde recurrir cuando las cosas no están saliendo como quisiéramos.
¿Cómo alcanzar vínculos nutricios? ¿Debemos desarrollar todos los vínculos que se presentan en nuestra vida cotidiana?
Hay indicadores que podemos notar al inicio de un vínculo que nos dan las pautas sobre si el mismo se desarrollará nutriciamente. Compartir valores y creencias suele ser una buena base. Compartir vivencias puede enriquecer el vínculo, profundizándolo. Los vínculos necesitan ser desarrollados para alcanzar niveles de profundidad en él.
¿Cómo saber, entonces, a priori dónde tomarse el esfuerzo de desarrollar un vínculo para que llegue a ser nutricio? En primera instancia, todo vínculo vale el esfuerzo de nutrirlo hasta que quede demostrado lo contrario.
De la misma manera que sucede con el acto de dar bienes materiales a quienes lo necesitan, agregar valor a otro ser humano a través de un vínculo de calidad, además de enriquecerlo a él, nos enriquece fundamentalmente a nosotros mismos.
Entiendo que algunos requisitos para construir un vínculo nutricio incluye:
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Conectarse realmente con el otro: mirar a los ojos (material y metafóricamente)
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Escuchar activamente (con la intención de evitar la escucha autobiográfica, tal como postula Stephen Covey)
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Ser paciente, empático y generoso
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Enmarcar los propios intereses
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Tener la firme voluntad de darle algo de valor al compañero de vínculo
¿Todos los vínculos que se desarrollan resultan ser vínculos nutricios?
Definitivamente no. El vínculo involucra -al menos- dos personas. Y muchas veces, esas personas con las que nos involucramos tienen otra concepción sobre la lealtad o el compromiso y el vínculo muere o, lo que es peor aún, se vuelve tóxico.
Hemos visto cómo vínculos amorosos y nutricios se tornan estériles o tóxicos paulatinamente.
¿Será porque estamos cambiando permanentemente y por lo tanto cambian nuestros gustos, intereses o motivaciones? ¿Será que en algún momento del vínculo aflora el “verdadero yo” de alguno de los componentes y ya no hay qué los convoque?
¿Será que muchas veces una de las partes está “dormida” y cuando despierta se da cuenta de que el vínculo no tenía la calidad que creía o que ya no lo nutre como tiempo atrás?
¿Por qué será que las personas rompen sus vínculos?
Podríamos enumerar un sinfín de razones ayudada por un psicólogo, un detective o un cura, pero no es algo donde nos detendremos.
Lo que quiero decir es que aún dudando a priori sobre un vínculo que se inicia, aún sabiendo que se corre el riesgo de una decepción emocional, aún con la certeza de que todo cambia, quienes confiamos en que los vínculos pueden ser nutricios debemos tomar el riesgo de transitarlos independientemente de cómo resulte al final del camino.
Los vínculos en el trabajo
Tener buenos vínculos en el trabajo no debería ser diferente de tener buenos vínculos fuera del trabajo. Pero por algún motivo esto no es tan sencillo.
Para empezar, los vínculos laborales son de segundo grado, vale decir, no los elegimos, vienen con el puesto.
Para seguir, los vínculos de segundo grado no se encuentran amparados por el amor y la elección reiterada hacia el otro.
Aún cuando hacemos grandes esfuerzos por ser amables y agradar a los demás, en muchísimas ocasiones nos encontramos manteniendo conversaciones mentales respecto de tal o cual cosa que pasó o tendría que haber pasado.
Es que en el mundo del trabajo, las voces internas que nos hablan todo el tiempo pueden ser contradictorias: necesitamos ser amables y colaborativos pero somos muy celosos de nuestro territorio.
En el mundo del trabajo, marcar territorio es dejar sentado quién manda y quien debe acatar. Afincarnos en nuestro territorio es tan básico como lo es para los miembros de los pueblos tribales: esto es mío y aquí se hace lo que yo digo.
En paralelo a este sentimiento tan animal del ser humano, que aparece de manera virulenta e instintiva y muchas veces no puede disimularse, se contrarresta uno de los más sofisticados: el de la construcción de la imagen pública.
La voz interna que monitorea nuestra imagen siempre nos está diciendo: “Sea lo que sea, que no se note”.
Todos los sentimientos encontrados que tenemos cuando trabajamos insertos en un grupo de personas, se hacen difíciles de identificar y clasificar adecuadamente en tiempo y forma. Y es por esto que – mientras los discriminamos y decidimos qué hacer con ellos- tratamos de que “no se note”.
Pasamos tantas horas en el trabajo, que muchas veces, estos vínculos secundarios se vuelven primarios. Es así cómo se construyen grandes amigos en el día a día laboral y también algunos amores.
Si esto sucede exitosamente es una celebración.
Pero a veces, nos confundimos. Creemos que la cotidianeidad, la confianza, la cercanía o compartir metas, problemas y desafíos, vuelve al vínculo íntimo y trascendente.
Es en este gris donde nos perdemos y corremos el riesgo de equivocarnos, con el consiguiente dolor.
Porque cuando los vínculos se presentan ásperos desde un inicio, podemos articular nuestros mecanismos de defensa para neutralizarlos. Pero cuando el límite entre lo laboral y lo personal se confunde, perdemos visión y luego nos lamentamos por nuestra propia ceguera.
Entonces, las personas en el trabajo desarrollamos vínculos amorosos, vínculos de desagrado y ¡vínculos dudosos! Los vínculos dudosos consumen toda nuestra energía, puesto que no tenemos claridad respecto de él. Destinamos gran cantidad de tiempo a decodificar los actos de nuestro interlocutor y generalmente persiste en nosotros un sentimiento de ambivalencia.
Estas situaciones harto comunes en el mundo del trabajo se presentan porque depositamos demasiadas expectativas en el otro. Nuevamente, en vez de hacer foco en nosotros mismos, prevalece la importancia de la mirada ajena en búsqueda de aprobación.
Cualquiera podrá refutar diciendo que si se trata de la mirada del jefe, resulta inevitable la búsqueda de aprobación, pero ¿es realmente así? Nadie puede tener mayor ascendencia sobre nosotros que nosotros mismos. Se vuelve primordial desarrollar el vínculo con uno mismo.
Sencillo pero no fácil, puede llevar años y bastante coraje autodefinirse como una persona basada en la propia percepción y dispuesta a enmarcar un vínculo entre dos adultos que trabajan y se necesitan mutuamente.
Finalmente, podemos ser preventivos: es difícil evitar la tentación de no replicar una historia negativa que escuchamos en un pasillo, ¡no la repitas! Hablar de eventos o situaciones negativas una y otra vez o criticar a alguien, sólo nos degrada como personas y retroalimenta sentimientos negativos. Hay que focalizar en lo bueno y ser benévolos con lo malo que pasó. Esta práctica contribuirá al diseño de pensamientos positivos y el desarrollo de vínculos nutricios.
En la Escuela del Bienestar encontrarás formaciones que desarrollan las habilidades relacionales en el trabajo y la vinculación nutricia con los demás.
Recuerda que los vínculos se construyen de a dos, que siempre será útil invertir en un vínculo incipiente de manera asertiva y generosa, independientemente de cómo resulte el mismo al final. Los vínculos sanos con nuestros compañeros contribuyen a un clima seguro emocionalmente y esto potencia la calidad de nuestros resultados.
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